La entrada al centro histórico es obligada a través de su milenaria muralla y su Puerta de Sevilla, de raigambre islámica y raíces turdetanas y romanas. Allí comienza una sucesión de casas blancas, casas señoriales, iglesias monumentales, conventos, callejas y plazas, en un intrincado urbanismo que delata la impronta musulmana de la ciudad, reconquistada por el mismo rey que conquistó la vecina Sevilla, Fernando III el Santo.